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UN
APARECIDO
Leyenda de la Plaza
Mayor
Refrene su espanto el lector, pues no se tratará aquí de un alma del otro mundo, sino de
un misterioso personaje que se apareció una mañana en la plaza principal de México,
allá por el siglo XVI.
El aparecido, es cierto, vino del otro mundo, pero con su propia carne y huesos; caminó, y no por voluntad propia, sin incomodidad ni fatiga, y en menos tiempo del que ha gastado la pluma para escribir estas primeras líneas.
En antiguos pergaminos hemos encontrado este acontecimiento poco conocido, y certificado por muy graves autores, insignes por su veracidad y teologías. Pero vamos al cuento... esto es, a la historia.
Refiere el Dr. Antonio de Morga, Alcalde del Crimen de la Real Audiencia de la Nueva España y Consultor que fue del Santo Oficio, en un libro que intituló Sucesos de las Islas Filipinas, que en la plaza mayor de México se supo por primera vez la muerte del gobernador Gómez Pérez Dasmariñas en el mismo día en que acaeció, aunque se ignoraba cómo y por qué conducto.
Ciertamente, en aquella época en que ni el cable submarino ni la telegrafía sin hilos aún se soñaban, fue sorprendente que en la misma fecha en que se verificó el suceso, se haya sabido desde una distancia tan grande como es la que separa a México de las Islas Filipinas.
El hecho a que alude el Dr. Morga, de un modo tan superficial y misterioso, lo narran otros cronistas con claridad, aunque atribuyéndolo a medios sobrenaturales.
Cuentan que en la mañana del 25 de octubre de 1593 apareció en la plaza mayor de México un soldado con el uniforme de los que residían en las Islas Filipinas, y que el dicho soldado, con el fusil al hombro, interrogaba a cuantos pasaban por aquel sitio, con el consabido y sacramental, "¿quien vive?"
Agregan que la noche anteior se hallaba de centinela en un garitón de la muralla que defendía a la ciudad de Manila, y que sin darse cuenta de ello y en menos que canta un gallo, se encontró transportado a la capital de Nueva España, donde el caso pareció tan excepcional y estupendo, que el Santo Tribunal de la Inquisición tomó cartas en el asunto, y después de serias averiguaciones y de proceso de estilo, condenó al soldado tan amravillosamente aparecido a que se volviese a Manila; pero despacito y por la vía de Acapulco, pues el camino era largo y no había de intervenir, como en su llegada, el espíritu de Lucifer, a quien se colgó el milagro del primer viaje tan repentino como inesperado.
II
Consta en el suceso que hemos consignado, en gruesos pergaminos escritos por muy
reverendos cronistas de las Ordenes de San Agustín y Santo Domingo. La muerte de
Gómez Pérez Dasmariñas la refiere uno de ellos con pormenores que no carecen de
interés.
Entre las naciones que más frecuentaban el comercio con los españoles en las Filipinas, se contaba la del Japón, la cual era apreciada tanto por su policía y política, cuando por sus valiosos géneros y otras ricas mercaderías.
Siendo gobernador de las citadas Islas Gómez Pérez, recibió una embajada del emperador Taycosoma.
"Casi por el mismo tiempo -dice Fray Gaspar de San Agustín- llegaron a Manila por parte del Rey de Camboxa embajadores, el vno Portugues, nombrado Diego Belloso, y el otro Castellano, llamado Antonio Barrientos, que truxeron de regalo al Gobernador dos hermosos elefantes, que fueron los primeros que se vieron en Manila. El motivo de esta Embaxada se reducia a pedirle su amistad, y alianza, para que le diesse socorro contra el Rey de Sian su vezino, que pretendia invadirle. Recibió el Gobernador Gómez Pérez Dasmariñas la embaxada con agrado, y el regalo que le traían; y como no se hallase con bastante gente para el socorro que se le pedía, despachó los Embaxadores, dándole al Rey de Camboxa buenas esperanzas: y correspondiéndole con otro regalo, se estableció buena correspondencia para el comercio entre ambas naciones."'
Empero, Gómez Pérez reflexionó que aquella era la oportunidad para la conquista del Maluco. Envió al efecto, un explorador, el hermano Gaspar Gómez, religioso de la Compañía de Jesús, y adquirió copiosas noticias de otro, el P. Antonio Marta, que residía en Tidore.
Resuelto a llevar a cabo su propósito, se proveyó de cuatro galeras y varias embarcaciones, con el competente número de soldados, y con pretexto de impartir auxilio al rey de Camboxa, dejó Manila el 17 de octubre de 1593, acompañado de personas notables y de venerables religiosos.
La Armada se dio a la vela en el puerto de Cavite el 19 del mismo mes y año. En la Punta de Santiago y el día 25, el viento del Este estrechó a la galera Capitana a abandonar a las demás, lo que obligó a Gómez Pérez a fondear en la punta de Azufre. Como la corriente de las aguas era impetuosa, había ordenado a los chinos que llevaba consigo que remasen con fuerza, y éstos, que eran 250, alegando disgustos porque los había reprendido con severidad el gobernador, resolvieron robar la galera y las mercancías, y para ello matar a todos los españoles, con tanta mayor facilidad cuanto que los rebeldes eran muchos e iban armados.
Tramada la conspiración, en la misma tarde se vistieron los chinos con túnicas blancas para distinguirse entre si, y después de haber degollado a los españoles, en el mismo instante que salía Gómez Pérez Dasmariñas de su camarote, le abrieron por mitad la cabeza, y su cadáver, junto con los de los otros, fue arrojado al mar, logrando los criminales, de tan pérfida manera, apoderarse de Io que codiciaban.
No faltan cronistas tan sencillos como severos, que digan que aquella muerte fue un castigo del cielo, pues afirman que el gobernador G6mez Pérez Dasmariñas, durante su vida, no había caminado de acuerdo con el obispo de Manila, Fr. Domingo de Salazar, y que varias y repetidas disputas se entablaron entre los dos con motivo de los negocios del Estado y de la Iglesia.
Sea de esto Io que fuere, Io que sí atestiguan los ya mencionados cronistas, es que tanto en Manila como en México la muerte del gobernador fue anunciada por signos sobrenaturales.
Que en Manila,
entre los retratos de los Caballeros de las Ordenes militares que existían en la portería del convento de San Agustin, había uno de Gómez Pérez, y que en el mismo día
de su fallecimiento amaneció cuarteada la pared en que estaba pintado el retrato, en la
parte que correspondía a la cabeza del gobernador, a quien, como se dijo, habían
dividido el cráneo los asesinos.
"Es digno de ponderación -concluye Fr. Gaspar de San Agustin-, que el mismo día que sucedió la tragedia de Gómez Pérez, se supo en México por arte de Satanás; de quien valiéndose aigunas mujeres inclinadas a semejantes agilidades, trasplantaron a la Plaza de México a vn Soldado que estaba haziendo posta vna noche en vna Garita de la Muralla de Manila, y fué executado tan sin sentirlo el Soldado, que par la mañana Io hallaron passeandose con sus armas en la Plaza de México, preguntando el nombre a cuantos pasaban. Pero el Santo Oficio de la Inquisición de aquella ciudad le mandé bolber a estas Islas, donde le conocieron muchos, que me aseguraron la certeza de este suceso..."
Ante semejante aseveración de un cronista tan sesudo, nosotros no ponemos ni quitamos rey, y nos conformamos con repetir:
Y si
lector, dijeres, se comenta,
Como me lo contaron te lo cuento.
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